dimecres, 19 de gener del 2011

La revolución social II


1. Caos destructivo o revolución
En esta serie de cartas hemos hecho varios comentarios sobre la situación general que estamos viviendo. Como consecuencia de esas descripciones llegamos a la siguiente disyuntiva: o somos arrastrados por una tendencia cada vez más absurda y destructiva o damos a los acontecimientos un sentido diferente. En el trasfondo de esta presentación está operando la dialéctica de la libertad frente al determinismo, la búsqueda humana de la elección y el compromiso frente a los procesos mecánicos cuyo destino es deshumanizante. Deshumanizante es la concentración del gran capital hasta su colapso mundial. Deshumanizante será el mundo resultante convulsionado por hambrunas, migraciones, guerras y luchas interminables, inseguridad cotidiana, arbitrariedad generalizada, caos, injusticia, restricción de la libertad y triunfo de nuevos oscurantismos. Deshumanizante será volver a girar en una rueda hasta el surgimiento de otra civilización que repita los mismos y estúpidos pasos de engranaje... si es que esto pueda ser posible luego del derrumbe de esta primera civilización planetaria que, por ahora, empieza a conformarse. Pero en esta larga historia la vida de las generaciones y de los individuos es tan breve y tan inmediata que cada cual atisba el destino general como su destino particular ampliado y no su destino particular como destino general restringido. Así, es mucho más convincente lo que a cada persona le toca vivir hoy que aquello que vivirá mañana o que sus hijos vivirán mañana. Y, desde luego, es tal la urgencia de millones de seres humanos que no queda horizonte para considerar un hipotético futuro que pueda sobrevenir. Demasiada tragedia existe en este preciso instante y esto es más que suficiente para luchar por un cambio profundo de situación. ¿Por qué, entonces, mencionamos el mañana si las urgencias de hoy son de tal magnitud? Sencillamente, porque cada vez más se manipula la imagen del futuro y se exhorta a aguantar la situación actual como si se tratara de una crisis insignificante y llevadera. “Todo ajuste económico –teorizan– tiene un costo social.” “Es lamentable –dicen– que para que todos estemos bien en el futuro, vosotros tengáis que pasar mal vuestro presente.” “¿Acaso antes –preguntan– había esta tecnología y esta medicina en los lugares de mayor abundancia?”. “Ya os llegará el turno –afirman– también a vosotros!”
Y mientras nos postergan, estos que prometieron progreso para todos siguen abriendo el foso que separa a las minorías opulentas de las mayorías cada vez más castigadas. Este orden social nos encierra en un círculo vicioso que se realimenta y proyecta a un sistema global del que no puede escapar ningún punto del planeta. Pero también está claro que en todas partes comienza a descreerse de las promesas de la cúpula social, que se radicalizan posiciones y que comienza la agitación general. ¿Lucharemos todos contra todos? ¿Lucharán unas culturas contra otras, unos continentes contra otros, unas regiones contra otras, unas etnias contra otras, unos vecinos contra otros y unos familiares contra otros? ¿Iremos al espontaneísmo sin dirección, como animales heridos que sacuden su dolor o incluiremos todas las diferencias, bienvenidas sean, en dirección a la revolución mundial? Lo que estoy tratando de formular es que se está presentando la disyuntiva del simple caos destructivo o de la revolución como dirección superadora de las diferencias de los oprimidos. Estoy diciendo que la situación mundial y la particular de cada individuo será más conflictiva cada día y que dejar el futuro en manos de los que han dirigido este proceso hasta hoy, es suicida. Ya no son estos los tiempos en que se pueda barrer con toda oposición y proclamar al día siguiente: “La paz reina en Varsovia”. Ya no son tiempos en que el 10% de la población pueda disponer, sin límite, del 90% restante. En este sistema que comienza a ser mundialmente cerrado, y no existiendo una clara dirección de cambio, todo queda a expensas de la simple acumulación de capital y poder. El resultado es que en un sistema cerrado no puede esperarse otra cosa que la mecánica del desorden general. La paradoja de sistema nos informa que al pretender ordenar el desorden creciente se habrá de acelerar el desorden. No hay otra salida que revolucionar el sistema, abriéndolo a la diversidad de las necesidades y aspiraciones humanas. Planteadas las cosas en esos términos, el tema de la revolución adquiere una grandeza inusitada y una proyección que no pudo tener en épocas anteriores.

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