dimarts, 25 de gener del 2011

La revolución social IV


























3. Los frentes de acción en el proceso revolucionario
Quisiera ahora extenderme en algunas consideraciones prácticas respecto a la creación de las condiciones necesarias para la unidad, organización y crecimiento de una fuerza social suficiente que permita posicionarse en dirección a un proceso revolucionario.
La antigua tesis frentista de acumulación de fuerzas progresistas basándose en el acuerdo sobre puntos mínimos hoy termina en la práctica del “pegado” de disidencias partidarias sin inserción social. De este modo resulta una acumulación de contradicciones entre cúpulas que apuntan al protagonismo periodístico y a la promoción electorera. En épocas en que un partido con recursos económicos suficientes podía hegemonizar la fragmentación, el planteamiento de los “frentes” electorales era viable. Hoy la situación ha cambiado drásticamente y, sin embargo, la izquierda tradicional continúa con tales procedimientos como si nada hubiera pasado. Se hace necesario revisar la función del partido en el momento actual y preguntarse si son los partidos políticos las estructuras capaces de poner en marcha la revolución. Porque si el sistema ha terminado metabolizando a los partidos convirtiéndolos en “cáscaras” de una acción que controlan los grandes capitales y la banca, un partido superestructural sin base humana se podrá acercar al poder formal (no al poder real), sin por ello introducir la más mínima variación de fondo. La acción política exige, por ahora, la creación de un partido que logre representatividad electoral en distintos niveles. Pero debe estar en claro desde el primer momento que esa representatividad tiene por objeto orientar el conflicto hacia el seno del poder establecido. En este contexto, un miembro del partido que logra representatividad popular no es un funcionario público sino un referente que evidencia las contradicciones del sistema y organiza la lucha en dirección a la revolución. En otras palabras, el trabajo político institucional o partidario es entendido aquí como la expresión de un fenómeno social amplio que posee su propia dinámica. De este modo, el partido puede desarrollar su máxima actividad en épocas electorales pero los distintos frentes de acción que ocasionalmente le sirven de base, utilizan el mismo hecho electoral para destacar conflictos y ampliar su organización. Hay aquí diferencias importantes con la concepción tradicional del partido. En efecto, hasta hace unas décadas se pensaba que el partido era la vanguardia de lucha que organizaba diferentes frentes de acción. Aquí se está planteando todo en sentido inverso. Son los frentes de acción los que organizan y desarrollan la base de un movimiento social y es el partido la expresión institucional de ese movimiento. A su vez, el partido debe crear condiciones de inserción para otras fuerzas políticas progresistas ya que no puede pretender que aquellas pierdan su identidad fundiéndose en su seno. El partido debe ir más allá de su propia identidad formando con otras fuerzas un “frente” más amplio que inserte a todos los factores progresistas fragmentados. Pero no se pasará del acuerdo de cúpulas si el partido no cuenta con una base real que oriente ese proceso. Por otra parte, este planteamiento no es reversible en el sentido de que el partido forme parte de un frente que organizan otras superestructuras. Habrá frente político con otras fuerzas si éstas se avienen a las condiciones que establece el partido cuya fuerza real está dada por la organización de base. Pasemos pues a considerar los distintos frentes de acción.
Es necesario que diferentes frentes de acción realicen su trabajo en la base administrativa de los países apuntando a la comuna o municipio. Corresponde desarrollar en el área fijada frentes de acción laborales y habitacionales, comprometiendo la acción en los conflictos reales debidamente priorizados. Esto último significa que la lucha por la reivindicación inmediata no tiene significado si ella no deriva en crecimiento organizativo y posicionamiento para pasos posteriores. Está claro que todo conflicto debe ser explicado en términos relacionados directamente con el nivel de vida, con la salud y la educación de la población (coherentemente, los trabajadores de la salud y la educación deben convertirse en simpatizantes inmediatos y posteriormente en cuadros necesarios para la organización directa de la base social).
En cuanto a las organizaciones gremiales se presenta aquí el mismo fenómeno de los partidos del sistema, por ello no es el caso de plantear el control del sindicato o del gremio sino la aglutinación de trabajadores que, como consecuencia, desplacen el control de la cúpula tradicional. Debe promoverse todo sistema de elección directa, todo plenario y asamblea que comprometa a la dirigencia y le exija la toma de posiciones en los conflictos concretos de manera que responda a los requerimientos de la base o sea desbordada. Y, ciertamente, los frentes de acción en el campo gremial deben diseñar su táctica apuntando al crecimiento de la organización de la base social.
Finalmente, la puesta en marcha de instituciones sociales y culturales actuando desde la base es de suma importancia porque permiten aglutinar a colectividades discriminadas o perseguidas en el contexto del respeto a los derechos humanos, dándoles una dirección común no obstante sus diferencias particulares. La tesis de que cada etnia, colectividad, o grupo humano discriminado debe hacerse fuerte en sí mismo para enfrentar el atropello, padece de una importante deficiencia de apreciación. Esa postura parte de la idea de que “mezclarse” con elementos ajenos les hace perder identidad, cuando en realidad su posición aislada los expone y los lleva a ser erradicados con mayor facilidad, o bien, los coloca en posición de radicalizarse de tal modo que los perseguidores justifiquen la acción directa contra ellos. La mejor garantía de supervivencia de una minoría discriminada es que forme parte de un frente con otros que encaminan la lucha por sus reivindicaciones en dirección revolucionaria. Después de todo, es el sistema globalmente considerado el que ha creado las condiciones de discriminación y éstas no desaparecerán hasta tanto ese orden social sea transformado.

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